Enviado por Víctor Richini, un oyente
Llegué a la una de la mañana preguntándome si ya habría gente haciendo cola en busca de los pocos abonos sobrantes que salían a la venta ese día. Nadie en la puerta principal, sólo gente durmiendo en los recovecos. Me pregunté si no sería prudente ir a dormir unas horas y volver más tarde, pero la tentación de ser el primero fue más fuerte y resolví quedarme. Toda la noche por delante, 9 horas de espera y ninguna certeza: ¿Conseguiría el abono?
Me senté en el escalón próximo a la puerta y espié tenso, atento a cualquier movimiento de mis vecinos: una joven pareja que dormía a mi derecha y un bulto indefinido a mi izquierda.
Un olor acre seguía a sus cambios de postura, pensé en el zoológico y el olor de las fieras sin dejar de vigilar todos los flancos.
El movimiento de la calle disminuía, ya casi no pasaban autos y mientras el teatro callaba, de las entrañas de la plaza comenzaban a surgir como ratas los habitantes de la noche, que se sentían Señores del lugar en la ciudad vacía, y como tales, alborotaban con sus risotadas haciendo crecer mi inquietud.
La primer hora me pareció eterna y a cada instante me preguntaba si lo que estaba haciendo tenía sentido. Pasadas las 2, vi acercarse con desconfianza a un hombre de unos 50 años con pantalón y camisa claros, una campera azul en la mano izquierda y mocasines marrones baratos.
Siguió de largo sin detenerse, pero dijo "hola" cuando pasó a mi lado. Recorrió el frente del teatro, volvió a acercarse y me preguntó si ésa era la puerta principal. Le dije que sí y se sentó en el mismo escalón a una distancia de un metro, lo que aceleró mis latidos. Sentí gusto a adrenalina en la boca. "Mi patrón me dijo que estuviera en la puerta a las 5", dijo. Después me contó que él había decidido llegar más temprano y siguió hablando de su patrón y de su trabajo de pintor.
A medida que hablaba me fui tranquilizando, agradeciendo íntimamente su compañía. La charla despertó a nuestros vecinos, los que optaron por buscar un lugar más tranquilo y así pasaron cerca de 2 horas. Decidimos turnarnos para ir hasta el único bar abierto en Corrientes a tomar un café.
Fui el primero en ir y, mientras tomaba mi café, miraba distraídamente el televisor donde Chuky y su novia masacraban una a una a sus víctimas. Noté que la escena sangrienta me producía cierta fascinación y eso me asustó. Sentí un escalofrío, terminé mi café y volví caminando a mi puesto.
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posted by Cacique : 8:49 p. m.