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18.5.04

Un abono en el Colón (2º parte - Final) 

Un poco después de las 4 de la mañana llegaron 2 personas, un muchacho de unos 25 años y quien, después supimos, era su padre. Nos contaron que le hacían un favor a un amigo que llegaría a las 9, una hora antes de que abrieran la boletería; que tenían una florería y el hijo debería estar a las 6 en el mercado de flores.

A partir de las 5 de la mañana fueron llegando de a uno los primeros de una fila que a las 10 tendría casi 3 cuadras de largo. Eramos 7 u 8, y ya totalmente relajado por la compañía de los aspirantes, no vi llegar a 2 muchachos de poco más de 30 años, miserables habitantes de la Plaza, que sin comprender lo que hacíamos, no querían dejar pasar la oportunidad de beneficiarse ellos también, fuera cual fuese el motivo que allí nos convocaba.

Se sentaron al lado de los floristas y el más alto, morocho, piel oscura y ojos enrojecidos, camiseta negra desteñida y mugrienta, le preguntó al padre si éramos de Carítas, (Cáritas reparte desayunos a la gente de la calle) o, en código callejero, si estábamos "por la moneda", ("coleros" en código periodístico burgués). El florista lo increpó pretendiendo echarlo del lugar. Estúpido error, torpe mezquindad, miedo, o simplemente necesidad de marcar diferencias sociales, lo exasperó, humillándolo cruel e innecesariamente.

La primer bofetada estrelló la cabeza del florista contra la columna, la segunda lo levantó del suelo. Su hijo que estaba dormitando, se incorporó y mientras el padre lo sujetaba, comenzó a pegar al agresor. Su compañero, que se había ido al empezar la pelea, volvió con refuerzos y vimos avanzar a la Armada Brancaleone: 10 o 12 guerreros harapientos liberaron al cautivo y descargaron su furia contra el joven florista. Una lluvia de golpes, trompadas y patadas lo convirtieron en pocos minutos en un irreconocible y rojo montón de carne, mientras su padre trataba sin éxito de detener a la enfurecida jauría.

Paralizado, fascinado por la escena, de pronto noté que todos los aspirantes habían desaparecido. Chivo expiatorio del odio y resentimiento de quienes nada tienen, embrutecidos, apenas sobrevivientes, sin otra ley que la de la calle, la víctima apenas se movía, pero sus verdugos no se detenían y seguían descargando su furia salvajemente; pensé que realmente querían matarlo y sentí náuseas.

Me senté en un escalón y me encontré con la mirada (¿me estaría viendo realmente?) del pobre muchacho que quería incorporarse y una lluvia de patadas lo derribó nuevamente. Desde entonces esa mirada perdida, suplicante, no me ha abandonado.

Cuando quedó inmóvil, los agresores dieron por vengada la afrenta y volvieron a su territorio marcado con orines. Llegó finalmente una ambulancia y se llevó al malherido en estado desesperante.

Poco a poco fueron apareciendo los que se habían evaporado al empezar la pelea. Uno de ellos había llamado al SAME y otro a la policía, que antes de la batalla patrullaba la zona cada 5 minutos y convenientemente dejó de pasar cuando los llamaron.

Varias veces volvió el agresor. Aunque amenazante, intentó explicar lo sucedido y como solo yo le contesté, me transformé en su interlocutor. Llamó a uno de los suyos apodado "Chaco", recién salido de la cárcel, quien se acercó tambaleante por el alcohol y se sentó a mi lado. Chaco no comprendía bien qué estaba haciendo, pero obedecía al jefe de la tribu, quien le decía que "el viejo" (yo) le explicaría en su momento "como era la cosa"; después me dijo: "viejo, el otro ya no está, así que el 2° lugar es mío" (respetando mi primer puesto en la fila) - "vos le explicas como es... ¿oíste Chaco?... el viejo te explica bien ¿no?... (mirándome a mi)... si no, los apuñalamos a todos". Después dijo "No los molesto más" y se fue.

Dos policías llegaron una hora más tarde; uno bajó del patrullero y se acercó preguntando si había algún problema, escuchó el relato en silencio, volvió al automóvil, conversó con su compañero, siguieron hasta Viamonte, dieron una vuelta en U, pasaron a paso de hombre hasta Tucumán y se fueron. Eso fue todo.

Cuando el patrullero se perdió de vista, Chaco se levantó lentamente, cruzó la calle tambaleante y se perdió en la Plaza, no era cosa de arriesgar su libertad recién recuperada.

Eran las 6 y media, amanecía y la gente formaba una fila que ya llegaba a la calle Tucumán. Casi todos preocupados por conseguir su abono, la sangrienta escena pasó rápidamente a segundo lugar.

Con la luz del día se hicieron visibles las manchas de sangre en las columnas y los escalones, única señal de lo que había sucedido esa noche...

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