Columna de Lingenti:

Andrés Oppenheimer es "uno de los periodistas argentinos más prestigiosos de la actualidad". Al menos eso es lo que dice La Nación, el diario en el que escribe este prohombre de la cultura latinoamericana.
Este artículo ilustra muy bien sobre qué quiere decir "prestigio" para el diario de los Saguier y sobre cómo obtener premios internacionales financiados por la Fundación Rockefeller.
La columna de opinión habla por sí sola, pero me gustaría hacer un par de observaciones al paso: curiosamente, en todo el texto no se hace ni una sola mención a las causas de la delicuencia que nos azota (a nosotros, no a él, que vive en la "Suiza americana"), como si el delito hubiese aparecido por generación espontánea. Supongo que Oppenheimer, que exhibe con orgullo su militancia anticastrista como defensor de los derechos inalienables de los hombres, pensará que en Bogotá, Río de Janeiro, Ciudad de México y Buenos Aires la gente es esencialmente mala. Para él, según resalta en este tratado sobre la tolerancia, "la buena noticia para los latinoamericanos es que en algunas ciudades -como Bogotá- están haciendo enormes progresos en el combate a la delicuencia y al crimen".
Obviamente, para Oppenheimer un esfuerzo por eliminar las causas de la criminalidad no representaría un progreso: sólo en una sociedad custodiada, donde los ricos estén separados de los pobres que supieron generar por alambres electrificados, él puede mantener sus privilegios.
Mientras tanto, también nos informa despasionadamente que "Estados Unidos está planeando tomar huellas dactilares y fotografiar a todos los extranjeros cuando lleguen al país a partir del próximo 1° de enero. Es probable que muchos visitantes lleguen a la conclusión de que no vale la pena pasar por tantas medidas de seguridad y dejen de venir. Pero mientras tanto -aunque les parezca mentira a muchos habitantes de Miami- esta ciudad sigue siendo vista por muchos latinoamericanos como "la Suiza de las Américas".
Es probable que muchos visitantes lleguemos a esa conclusión, sí. No vale la pena pasar por tantas medidas de seguridad. Y sobre todo, después de sortearlas, encontarnos con gente como Oppenheimer.


Alejandro Lingenti